INTRODUCCIÓN
Desde que el mundo es mundo y las sotanas se arrugan, ha habido personas non gratas, imágenes demonizadas y, como no podía ser de otra manera, “muñecos malignos”. Estos objetos, originalmente inofensivos (y a veces hasta adorables), adquirieron fama mundial cuando fueron proyectados en la pantalla grande, transformándose en protagonistas de nuestras pesadillas colectivas. Hollywood hizo el resto.
Pero, ¿hasta qué punto puede considerarse “malvado” un objeto inanimado? Algo que está ahí, tranquilito en un estante, sin hacerle daño a nadie… hasta que a alguien se le ocurre prenderle fuego en nombre de Cristo.
Si afinamos la vista histórica, recordaremos que cuando se abrieron las pirámides egipcias —cerradas por siglos hasta su “descubrimiento” oficial en 1922 por Howard Carter con la tumba de Tutankamón— no solo se encontraron joyas, vasijas y jeroglifos, sino también las mismísimas momias. Estas, lejos de descansar en paz, fueron saqueadas, vendidas y exhibidas en circos ambulantes o en salones privados de aristócratas con gusto dudoso y billetera generosa. El Instituto Smithsonian, por ejemplo, posee varias momias egipcias en su colección (alrededor de 6 confirmadas). Incluso existieron espectáculos como el del showman P.T. Barnum, quien aseguraba tener momias auténticas, aunque muchas fueran falsificaciones victorianas con papel maché.
Hasta ese momento, estos objetos eran “curiosidades exóticas”. Todo iba bien hasta que se inventó una narrativa que los hizo vendibles: “la maldición del faraón Ramsés”. Bingo. Una joyita de marketing decimonónico. Gracias a eso, el muerto egipcio pasó de ser una figura de museo a convertirse en un asesino implacable que despertaba después de 5000 años con el único fin de… matar. Porque claro, tras milenios de reposo glorioso, el plan maestro del difunto no era alcanzar la eternidad ni la paz, sino asesinar gringos.
Y es en este exacto punto donde las religiones meten su dedo enjabonado. Porque no, estimado lector, las religiones no están administradas por serafines luminosos que huelen a mirra. Están dirigidas por estrategas del miedo, expertos en manipular creencias y explotar ansiedades colectivas.
LA PARTE DENSA Y CABEZONA DEL ASUNTO
El verdadero villano original no fue el Diablo. Fue el miedo. Esa emoción primaria que mantiene vivos a los conejos, los ciervos, y también a los devotos. El miedo es el mecanismo biológico que permite distinguir entre lo bueno y lo potencialmente letal. Y ahí entra Newton con su tercera ley: toda acción genera una reacción. El miedo genera protección. La protección genera ritos. Los ritos generan control. Y el control… es poder.
Las religiones comprendieron esto rápido. Si se quiere mantener a una población alineada, se debe ofrecer protección contra un enemigo externo e incontrolable. Y si no existe, se inventa. Bienvenido el Mal, el Diablo, el enemigo invisible pero omnipresente. El villano perfecto. Uno que no duerme, no come, pero está esperando atrás de tu ropero si no rezas el salmo correcto.
A medida que la gente se adaptó al miedo, se perfeccionaron las “soluciones” religiosas. Crucifijos, sal bendita, exorcismos express. Pero cuando los fieles empezaron a migrar hacia otros horizontes y las limosnas comenzaron a escasear, las religiones crearon un nuevo drama: encarnaron el Mal en objetos cotidianos. Así, todo lo extraño o poco convencional pasó a ser potencialmente “satánico”. Y cuanto más popular, mejor. Porque no hay mejor villano que uno que ya está en casa.
Y como bien sabemos, la gente no busca conocer el origen de las cosas para entender cuál es la verdadera causa de sus problemas. Como los médicos alópatas que se limitan a tratar los síntomas sin ir jamás a la raíz de la enfermedad, de la misma forma operan las religiones: ninguna está interesada en pensar, mucho menos en basarse en hechos. Porque en el pensamiento mágico, los hechos sobran, estorban y se niegan.
Sólo para refrescar la memoria de nuestros lectores —que sabemos que entre ellos hay más de algún autoproclamado maestro de órdenes, logias y escuelitas de magia de dudosa reputación que vienen para acá a buscar información calentita y atribuírsela como si siempre lo hubieran sabido— dejamos a continuación la lista de todos los muñecos y objetos que han sido declarados malignos por la cristiandad. Que no son pocos… pero claro está, todos ellos tienen un fin común: alimentar el miedo y la duda en sus febriles creyentes.
LOS MALDITOS FAVORITOS DE LA CRISTIANDAD
- Barbie: Acusada de fomentar la vanidad, el libertinaje y el culto al cuerpo. En algunos círculos evangélicos, la consideran el prototipo de la mujer del Apocalipsis.
- Hello Kitty: Según la leyenda urbana, fue creada en un pacto demoníaco. Su falta de boca ha sido interpretada como símbolo de sumisión satánica.
- Pokémon: Condenado por “promover la evolución”, la brujería y la idolatría de criaturas sobrenaturales. Pikachu sería un demonio travieso de ojos brillantes.
- Bratz: Hipersexualizadas, rebeldes y sin madre conocida. Se las ha acusado de corromper la feminidad pura y cristiana.
- My Little Pony: Se dice que cada pony representa un pecado capital disfrazado de color pastel. Además, enseñan sobre magia sin intervención divina.
- Troll Dolls: Criaturas de inspiración nórdica, acusadas de ser amuletos paganos encubiertos.
- Furby: Supuestamente grababan conversaciones y hablaban en lenguas demoniacas. Fueron exorcizados en más de una casa evangélica.
- Ouija: El clásico de los clásicos. Viene con combo completo: invocación, posesión y posterior exorcismo. El kit favorito de cualquier fanático.
- Chucky (Muñeco Diabólico): No podía faltar. Se volvió el ícono del terror infantil satánico, aunque su origen sea hollywoodense.
- Muñecas Reborn: Condenadas por parecer bebés reales y, supuestamente, abrir puertas a la necrofilia emocional.
- Annabelle (y cualquier Raggedy Ann): Demonizadas gracias al marketing de los Warren y el cine de terror moderno. El terror con moñitos.
- Muñecos vudú: Porque claro, todo lo africano y caribeño debe ser automáticamente obra del Diablo, según la mirada colonialista espiritual.
- Be@rbrick y muñecos pop-art: Acusados de ser símbolos vacíos, huecos, de adoración moderna al ego y a la estética sin alma.
- Labubu: El nuevo chico malo. Orejas largas, dientes afilados y cara de no haber ido jamás a catequesis. ¡Suficiente para prenderle fuego!
Y es que destruirlo todo, incluso a uno mismo, no tiene sentido ni para un villano de telenovela. Pero para los religiosos extremistas, el Mal tiene ese propósito: aniquilarlo todo. La nada como finalidad absoluta. Un concepto que, si lo piensas, ni siquiera el nihilismo más radical aceptaría sin parpadear.
Desde un punto de vista filosófico, el “cero” no es la ausencia. Es un punto de partida. El cero no es la muerte, es el momento justo antes del nacimiento de una idea. En matemáticas, implica un eje. En filosofía, puede representar la potencialidad absoluta. Lo que no ha sido pero puede serlo todo. Muy distinto al vacío absoluto que los fanáticos tanto temen.
VIDA – MUERTE – MIEDO – MAL – DESTRUCCIÓN – MUERTE (Y OTRA VEZ VIDA)
Esa ha sido la narrativa de las religiones monoteístas: un ciclo sin escape. Un bucle dramático con final apocalíptico. Muy distinto al pensamiento cíclico de los hinduistas, budistas y jainistas, que proponen salir del ciclo a través de la iluminación. No para destruir el mundo, sino para liberarse del deseo. Y, en el mejor de los casos, ayudar a otros a hacer lo mismo. ¡Vaya concepto revolucionario!
Pero eso no vende boletos para la misa del domingo, ni estatuas que lloran, ni aceite milagroso.
Y mientras tanto, ahí está Labubu, con su sonrisa burlona, esperando su turno para ser quemado por alguna señora bien intencionada que cree que su cafetera está poseída.

Firma:
Mario E.C.
El Boticario Mágico®
(CRIN Nº2022-S-105)
Gestor, Diseñador & Autor
