Virtuoso Silencio

En la casa al lado de la mía, una casa de esquina, ha habido varios locales comerciales, uno de ellos fue un almacén “El almacén de Don Memo”, un almacén de barrio común y corriente, atendido por su dueño, un caballero regordete muy amable, trataba a todos como si fueran de su familia, no era raro que cuando había muchos clientes, más de alguno pasara del otro lado del mesón y tomara por si mismo lo que necesitaba, así don Memo solo le sacaba la cuenta para pagar, cerró hará unos 15 años, siendo el ya bastante mayor para el cansancio de atender un negocio con tanta clientela, ganada a fuerza de trabajo y amabilidad extrema.

Hoy tuve de visita un gásfiter, que vive por el sector y mientras reparaba mi calefont me preguntó por don Memo, le conté lo poco que sabia desde que cerró el local, a cambio, el me contó algo que si bien no era sorprendente fue grato de escuchar; este hombre, de ahora unos cincuenta-y-algo me contó que en su infancia tuvo el problema de un padre violento que no cumplía con su deber más básico con su familia, así que pasaron hambre, pero que a falta de un padre responsable, don Memo, el almacenero, alguien ajeno a su sangre, alguien que vivía de vender sus productos, les daba cosas, les regalaba la comida, comprendía la situación de esa mujer que con dificultad mantenía la casa y se aseguraba que los niños no pasaran hambre. Como se imaginarán, don Memo nunca le contaba esas cosas a nadie, las cosas que uno se entera por quienes recibieron su ayuda, pero que estaban selladas en sus labios.

Hay dos conceptos muy importantes para el camino espiritual en esta historia, el primero es la compasión, acompañar a otros en su dolor, no conozco la historia personal de ese viejo almacenero como para saber en que se originaba esa compasión que mostraba con mi gásfiter, pero tampoco importa, su propio origen no cambia la naturaleza de sus actos, comprendía lo amargo de la experiencia y dentro de sus posibilidades, ya que no era un millonario, aliviaba ese peso, tanto que ahora, décadas después la memoria de ese acto sigue clara y se cuenta con un tinte de emoción y cariño muy claros, la compasión deja una huella, al punto que aún tantos años el recuerdo era claro cuando me lo contaba, mientras reparaba mi calefont en compañía de su hijo.

La compasión no es un “oh, que pena, siento mucho que te pasara algo malo”, la compasión, la verdadera, mueve a la gente a actuar, no para recibir un agradecimiento, no para “ganarse el cielo” o “obtener buen karma”, mueve a las personas, porque como indica la palabra, comparten la pasión del otro, su sufrimiento y buscan aliviarlo, la compasión no requiere mantras, ni postraciones, ni persignarse, ni rezar, ni santos, ni dioses, no requiere de palabras de apoyo, la compasión se basa en actos simples, gestos que pueden tener mayor o menor peso para quien los realiza, pero que cambian el mundo para quien la recibe, la compasión no enaltece a nadie, la compasión pone a las personas que la realizan abajo, no arriba, abajo, para que así esa persona pueda ayudar a otro a levantarse, permitir que se apoye para ponerse de pie y salir adelante con su conflicto. Si el acto es alardeado, si el acto es compartido, entonces no es compasión, es simple enaltecimiento personal, alimento para el ego.

El segundo elemento a considerar es la dignidad, no esa dignidad de la que se habla en discursos políticos populistas, la dignidad real, del día a día, esa que cuidaba el viejo almacenero, su acto de compasión lo sabía solo él y quien lo recibía, no alardeaba, no contaba a otros que esa familia pasaba hambre y él los ayudaba, el resguardó su dignidad en el momento de mayor vulnerabilidad e incluso años después, al punto que el beneficiario de su compasión, ya siendo un hombre y padre de familia siente el deseo de contar lo bueno que fue, la dignidad está vinculada a la compasión, cuando compadeces no humillas, no buscas que el otro te alabe, que los demás te admiren por tu acto, lo haces en silencio, cuidando de no decir nada que pueda hacer que el beneficiario se sienta humillado, inferior, porque la dignidad es un elemento interno a resguardar y que la compasión verdadera no pasa a llevar, es algo que la persona necesita para poder ponerse nuevamente de pie y por tanto no debe ser pisoteada.

Irónicamente, ese viejito almacenero, Don Memo, resultó comprender la compasión más que muchos místicos que he conocido a lo largo de mi vida, ayudaba en forma real, práctica, tangible a quien lo necesitaba y no alardeaba ni siquiera comentaba de eso, porque la compasión, la verdadera, la que nace de un rincón profundo del corazón de los humanos, es una virtud silenciosa.

Autor:
Andrés Villavicencio
Practicante de Magia
senderodelamagia.blogspot.com